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Publicado: Lun Feb 16, 2009 8:43 pm
Amig@s, comparto con Ustedes este texto que el Psicólogo argentino Sergio Sinay publicó domingos atrás en un periódico de gran tirada en nuestro país.
Espero les interese su lectura y puedan reflexionar sobre sus dichos. Gracias. Saludos. Sergio
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El poder de la esperanza.
El investigador alemán Rudolf Bilz (1898-1976), especialista en los campos de la medicina y la psicología, es autor de un célebre experimento con ratas recién capturadas, efectuado en Maguncia. Él sabía que estos animales pueden nadar; naturalmente, ochenta horas seguidas. Pero observó que, arrojadas de improviso en un tanque con agua y paredes lisas, se daban por vencidas y morían mucho antes de ese plazo. Un día más tarde repitió el procedimiento con otro grupo de esos animales, aunque a los quince minutos les arrojó unas tablitas a las que podían asirse y por las que lograrían trepar y salir. En el tercer día, Bils volvió a arrojar a este segundo grupo al agua sin proveerles de tablitas. Las ratas nadaron ochenta horas y fueron rescatadas con vida. Bils comprobó que el primer grupo había muerto por estrés y desesperación, mientras que el segundo pudo sobrevivir porque, al haber recibido ayuda una vez, contaba con la esperanza de que esto volviera a ocurrir. “Sabían que eso era posible porque formaba parte de experiencia.” Bilz llamó a su trabajo El experimento de la esperanza.
La doctora en filosofía, psicóloga y logoterapeuta Elisabeth Lukas alude a este experimento en su libro Paz vital, plenitud y placer de vivir y se pregunta cuánto puede esperarse del potencial espiritual del ser humano si eso ocurre con los pequeños mamíferos. “En la vida de cada persona, reflexiona Lukas, hay períodos que sólo se pueden soportar con la esperanza de que un día se verá la luz del sentido brillar en el horizonte. Nadie es capaz de subsistir sin esta esperanza.” Ni individual ni colectivamente. Eso lo intuían los miles de desempleados de Amsterdam que, en plena catástrofe económica en los años treinta, plantaron por propia iniciativa los árboles que hoy constituyen uno de los pulmones vitales de la ciudad. Nadie planta árboles si no cree en el futuro, dice Lukas al respecto.
Hay muchas personas que son plantadores de árboles. Los podemos llamar emergentes. El emergente, el que intuye o percibe que hay otros paradigmas posibles y realizables, suele tener momentos de decepción, de desconcierto, en los que llega a preguntarse si está solo o, incluso, si está loco. Pero, si sigue nadando, suele encontrarse con otros emergentes como él que acaso también desesperaron y también perseveraron.
Aunque hay períodos históricos en los que socialmente prevalecen intereses egoístas, apetencias materiales de dimensiones bulímicas, y la inmediatez por sobre lo trascendente, en nuestro inconsciente colectivo está la perenne noción de que somos parte de un todo y que sólo cuando nos integramos activamente en esta totalidad sentimos que vivimos con sentido (es decir, con valores que se reflejan en lo que hacemos, en cómo nos vinculamos, en cómo nos instalamos en el mundo). Es una buena razón para plantar árboles. Acaso cada acción de ese tipo ayude a alguien a nadar ochenta horas, pese a todo.
Sergio Sinay – Revista La Nación - Enero 2009 – sergiosinay@gmail.com
Psicólogo Argentino
Espero les interese su lectura y puedan reflexionar sobre sus dichos. Gracias. Saludos. Sergio
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El poder de la esperanza.
El investigador alemán Rudolf Bilz (1898-1976), especialista en los campos de la medicina y la psicología, es autor de un célebre experimento con ratas recién capturadas, efectuado en Maguncia. Él sabía que estos animales pueden nadar; naturalmente, ochenta horas seguidas. Pero observó que, arrojadas de improviso en un tanque con agua y paredes lisas, se daban por vencidas y morían mucho antes de ese plazo. Un día más tarde repitió el procedimiento con otro grupo de esos animales, aunque a los quince minutos les arrojó unas tablitas a las que podían asirse y por las que lograrían trepar y salir. En el tercer día, Bils volvió a arrojar a este segundo grupo al agua sin proveerles de tablitas. Las ratas nadaron ochenta horas y fueron rescatadas con vida. Bils comprobó que el primer grupo había muerto por estrés y desesperación, mientras que el segundo pudo sobrevivir porque, al haber recibido ayuda una vez, contaba con la esperanza de que esto volviera a ocurrir. “Sabían que eso era posible porque formaba parte de experiencia.” Bilz llamó a su trabajo El experimento de la esperanza.
La doctora en filosofía, psicóloga y logoterapeuta Elisabeth Lukas alude a este experimento en su libro Paz vital, plenitud y placer de vivir y se pregunta cuánto puede esperarse del potencial espiritual del ser humano si eso ocurre con los pequeños mamíferos. “En la vida de cada persona, reflexiona Lukas, hay períodos que sólo se pueden soportar con la esperanza de que un día se verá la luz del sentido brillar en el horizonte. Nadie es capaz de subsistir sin esta esperanza.” Ni individual ni colectivamente. Eso lo intuían los miles de desempleados de Amsterdam que, en plena catástrofe económica en los años treinta, plantaron por propia iniciativa los árboles que hoy constituyen uno de los pulmones vitales de la ciudad. Nadie planta árboles si no cree en el futuro, dice Lukas al respecto.
Hay muchas personas que son plantadores de árboles. Los podemos llamar emergentes. El emergente, el que intuye o percibe que hay otros paradigmas posibles y realizables, suele tener momentos de decepción, de desconcierto, en los que llega a preguntarse si está solo o, incluso, si está loco. Pero, si sigue nadando, suele encontrarse con otros emergentes como él que acaso también desesperaron y también perseveraron.
Aunque hay períodos históricos en los que socialmente prevalecen intereses egoístas, apetencias materiales de dimensiones bulímicas, y la inmediatez por sobre lo trascendente, en nuestro inconsciente colectivo está la perenne noción de que somos parte de un todo y que sólo cuando nos integramos activamente en esta totalidad sentimos que vivimos con sentido (es decir, con valores que se reflejan en lo que hacemos, en cómo nos vinculamos, en cómo nos instalamos en el mundo). Es una buena razón para plantar árboles. Acaso cada acción de ese tipo ayude a alguien a nadar ochenta horas, pese a todo.
Sergio Sinay – Revista La Nación - Enero 2009 – sergiosinay@gmail.com
Psicólogo Argentino