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Publicado: Sab Ene 10, 2009 1:49 pm
Angélica, la administradora del foro celiaco Celiaconline ha colgado esta historia que me ha estremecido hasta el tuétano, me he sentido tan identificada y he visto reflejados tantos casos que he leído en este tiempo, que he pensado que podía interesar a l@s forer@s que visitan este apartado ... y este foro ..
Por cierto .... la persona que firma este artículo es el Doctor Jesus Villar .... :D
Besos.
http://www.laprovincia.es/secciones/not ... LO-NAVIDAD
JESUS VILLAR. Olivia había perdido la cuenta de todos los médicos que había visitado en los últimos diez años. Por insistencia de su novio y contra la opinión de su médico de familia decidió consultar a un afamado especialista del aparato digestivo, tres semanas antes de Navidad. Olivia tiene treinta años. Cuando tenía veinte años empezó a sentir náuseas, dolor abdominal y vómitos después de las comidas. Su médico de familia no encontró nada importante; le recetó antiácidos pero sus síntomas continuaron.
Olivia perdió el apetito y se vio forzada a comer, tras lo cual se sentía mal y regurgitaba la comida. Su médico la remitió a un psiquiatra, quien la diagnosticó de anorexia nerviosa con bulimia, una alteración caracterizada por vómitos y repugnancia a los alimentos. Si no se corregía esta anomalía podía morir. En esos años, Olivia visitó a varios médicos internistas, endocrinólogos, traumatólogos, hematólogos y psiquiatras; fue tratada con varios antidepresivos y siguió varias dietas que aportaban más de dos mil calorías diarias.
Pero la salud física y mental de Olivia era cada vez peor. Los últimos seis meses habían sido los más miserables de su vida. Desarrolló una anemia muy grave por la que le hicieron una biopsia de médula ósea que reveló muy pocas células y los hematólogos la atribuyeron a una deficiencia nutricional. Le diagnosticaron osteoporosis por falta de vitamina D y calcio. Un traumatólogo le descubrió una fractura metatarsiana en un pie. Su sistema inmunitario se fue deteriorando y sufrió varias infecciones por las que fue hospitalizada.
Llegó a ingresar en una clínica psiquiátrica para ser alimentada bajo supervisión facultativa. Tenía que ingerir muchos hidratos de carbono a base de cereales y pasta, pero cuanto más comía, peor se sentía y empezó a tener diarreas. Finalmente, fue diagnosticada del síndrome de intestino irritable, una alteración asociada con el estrés. Pesaba menos de 40 kilos, por lo que los médicos no la creían cuando ella les decía que seguía de verdad las dietas que le recetaban.
Así se encontraba Olivia cuando entró en el despacho del Dr. G, el gastroenterólogo que iba a verla. Olivia le entregó un sobre cerrado en cuyo interior su médico había escrito que estaba diagnosticada del síndrome de intestino irritable como manifestación de su deterioro mental y recomendaba que siguiera con tranquilizantes y una dieta apropiada. El Dr. G no hizo caso de la carta ni prestó atención al enorme historial médico de Olivia que tenía sobre su mesa de despacho. En lugar de eso, comenzó a preguntar, a escucharla, a observarla y a pensar de forma diferente sobre su caso. Al actuar de esa manera le salvó la vida porque durante diez años habían pasado por alto un aspecto fundamental de su enfermedad. La medicina moderna cuenta con técnicas diagnósticas sofisticadas como la resonancia magnética nuclear o el análisis de ADN, pero el lenguaje sigue siendo la base de la medicina clínica. Fueron las palabras de Olivia las que hicieron que el Dr. G diagnosticara correctamente su enfermedad.
El Dr. G vio a una mujer con la cara arrugada y con el cuerpo abatido por el sufrimiento. Para evitar estar sesgado por el cliché de los diagnósticos de los anteriores médicos, el Dr. G le dijo que antes de que hablaran del motivo de su consulta, prefería saber cómo fue la primera vez que no se sintió bien. Retiró el historial médico de la mesa, sacó un bolígrafo y abrió un cuaderno nuevo de notas. Olivia estaba confusa porque el Dr. G ya tendría que saber todo lo que los otros médicos pensaban y el resultado de las pruebas que le habían hecho. Ella sólo quería una nueva opinión. Sin embargo, el Dr. G le pidió amablemente que quería oír su historia de sus propias palabras.
William Osler, uno de los padres de la medicina clínica, afirmaba que si el médico escucha cuidadosamente al paciente, éste le dirá el diagnóstico. Si el propósito de la consulta médica es obtener la historia del paciente, el médico tiene que comprender las emociones del enfermo. Según estudios recientes, los médicos no dejan hablar a sus pacientes: suelen interrumpirlos a los 18 segundos desde que empiezan a contar su historia.
Después de anotar los problemas que Olivia había sufrido, el Dr. G se centró en los últimos meses y más concretamente en lo que le pasaba después de cada comida. Lo resumió: comía muchos cereales en el desayuno y abundante pan y pasta en el almuerzo y cena pero después de cada comida tenía retortijones y diarrea. Tras una detallada exploración física, el Dr. G le comentó que no creía que tuviera un síndrome de intestino irritable o que la pérdida de peso se debiera a bulimia y anorexia nerviosa. Sorprendida, el médico le propuso hacerse nuevos análisis de sangre y una endoscopia.
Diez días después, los análisis y los resultados de la endoscopia demostraron que Olivia tenía la enfermedad celíaca, una enfermedad que en esencia es una alergia al gluten, el componente principal de los cereales. Muchos médicos creen que es una enfermedad de la infancia pero hoy se sabe que es más frecuente de lo que se pensaba, pudiendo comenzar al final de la adolescencia. Olivia sufre una alteración de la digestión: la reacción de su cuerpo al gluten causa irritación y deformación de la superficie del intestino, por lo que los nutrientes no pueden absorberse. Una semana después, sus síntomas desaparecieron y empezó a ganar peso. En palabras de Olivia, el Dr. G le había dado el mejor regalo de Navidad que jamás había tenido. Buen día y hasta luego.
Por cierto .... la persona que firma este artículo es el Doctor Jesus Villar .... :D
Besos.
http://www.laprovincia.es/secciones/not ... LO-NAVIDAD
JESUS VILLAR. Olivia había perdido la cuenta de todos los médicos que había visitado en los últimos diez años. Por insistencia de su novio y contra la opinión de su médico de familia decidió consultar a un afamado especialista del aparato digestivo, tres semanas antes de Navidad. Olivia tiene treinta años. Cuando tenía veinte años empezó a sentir náuseas, dolor abdominal y vómitos después de las comidas. Su médico de familia no encontró nada importante; le recetó antiácidos pero sus síntomas continuaron.
Olivia perdió el apetito y se vio forzada a comer, tras lo cual se sentía mal y regurgitaba la comida. Su médico la remitió a un psiquiatra, quien la diagnosticó de anorexia nerviosa con bulimia, una alteración caracterizada por vómitos y repugnancia a los alimentos. Si no se corregía esta anomalía podía morir. En esos años, Olivia visitó a varios médicos internistas, endocrinólogos, traumatólogos, hematólogos y psiquiatras; fue tratada con varios antidepresivos y siguió varias dietas que aportaban más de dos mil calorías diarias.
Pero la salud física y mental de Olivia era cada vez peor. Los últimos seis meses habían sido los más miserables de su vida. Desarrolló una anemia muy grave por la que le hicieron una biopsia de médula ósea que reveló muy pocas células y los hematólogos la atribuyeron a una deficiencia nutricional. Le diagnosticaron osteoporosis por falta de vitamina D y calcio. Un traumatólogo le descubrió una fractura metatarsiana en un pie. Su sistema inmunitario se fue deteriorando y sufrió varias infecciones por las que fue hospitalizada.
Llegó a ingresar en una clínica psiquiátrica para ser alimentada bajo supervisión facultativa. Tenía que ingerir muchos hidratos de carbono a base de cereales y pasta, pero cuanto más comía, peor se sentía y empezó a tener diarreas. Finalmente, fue diagnosticada del síndrome de intestino irritable, una alteración asociada con el estrés. Pesaba menos de 40 kilos, por lo que los médicos no la creían cuando ella les decía que seguía de verdad las dietas que le recetaban.
Así se encontraba Olivia cuando entró en el despacho del Dr. G, el gastroenterólogo que iba a verla. Olivia le entregó un sobre cerrado en cuyo interior su médico había escrito que estaba diagnosticada del síndrome de intestino irritable como manifestación de su deterioro mental y recomendaba que siguiera con tranquilizantes y una dieta apropiada. El Dr. G no hizo caso de la carta ni prestó atención al enorme historial médico de Olivia que tenía sobre su mesa de despacho. En lugar de eso, comenzó a preguntar, a escucharla, a observarla y a pensar de forma diferente sobre su caso. Al actuar de esa manera le salvó la vida porque durante diez años habían pasado por alto un aspecto fundamental de su enfermedad. La medicina moderna cuenta con técnicas diagnósticas sofisticadas como la resonancia magnética nuclear o el análisis de ADN, pero el lenguaje sigue siendo la base de la medicina clínica. Fueron las palabras de Olivia las que hicieron que el Dr. G diagnosticara correctamente su enfermedad.
El Dr. G vio a una mujer con la cara arrugada y con el cuerpo abatido por el sufrimiento. Para evitar estar sesgado por el cliché de los diagnósticos de los anteriores médicos, el Dr. G le dijo que antes de que hablaran del motivo de su consulta, prefería saber cómo fue la primera vez que no se sintió bien. Retiró el historial médico de la mesa, sacó un bolígrafo y abrió un cuaderno nuevo de notas. Olivia estaba confusa porque el Dr. G ya tendría que saber todo lo que los otros médicos pensaban y el resultado de las pruebas que le habían hecho. Ella sólo quería una nueva opinión. Sin embargo, el Dr. G le pidió amablemente que quería oír su historia de sus propias palabras.
William Osler, uno de los padres de la medicina clínica, afirmaba que si el médico escucha cuidadosamente al paciente, éste le dirá el diagnóstico. Si el propósito de la consulta médica es obtener la historia del paciente, el médico tiene que comprender las emociones del enfermo. Según estudios recientes, los médicos no dejan hablar a sus pacientes: suelen interrumpirlos a los 18 segundos desde que empiezan a contar su historia.
Después de anotar los problemas que Olivia había sufrido, el Dr. G se centró en los últimos meses y más concretamente en lo que le pasaba después de cada comida. Lo resumió: comía muchos cereales en el desayuno y abundante pan y pasta en el almuerzo y cena pero después de cada comida tenía retortijones y diarrea. Tras una detallada exploración física, el Dr. G le comentó que no creía que tuviera un síndrome de intestino irritable o que la pérdida de peso se debiera a bulimia y anorexia nerviosa. Sorprendida, el médico le propuso hacerse nuevos análisis de sangre y una endoscopia.
Diez días después, los análisis y los resultados de la endoscopia demostraron que Olivia tenía la enfermedad celíaca, una enfermedad que en esencia es una alergia al gluten, el componente principal de los cereales. Muchos médicos creen que es una enfermedad de la infancia pero hoy se sabe que es más frecuente de lo que se pensaba, pudiendo comenzar al final de la adolescencia. Olivia sufre una alteración de la digestión: la reacción de su cuerpo al gluten causa irritación y deformación de la superficie del intestino, por lo que los nutrientes no pueden absorberse. Una semana después, sus síntomas desaparecieron y empezó a ganar peso. En palabras de Olivia, el Dr. G le había dado el mejor regalo de Navidad que jamás había tenido. Buen día y hasta luego.