#1
Publicado: Dom Jun 12, 2016 2:51 am
Hola a todos.
Mi nombre es Gonzalo y os voy a contar mi historia. Aviso: va a ser bastante larga, así que no os veáis obligados a leerla entera (podéis parar para ir al baño en cualquier momento). He de confesar que estoy aprovechando esta ocasión para desahogarme, ya que no es un tema que suela sacar en las sobremesas familiares...
Mi madre siempre me dice "¿por qué no entras en los foros de Internet, que debe haber cientos, a buscar a otras personas como tú?". Sí, mi madre es muy moderna... y como todas las madres, siempre tiene razón. Así que, años más tarde, por fin me he animado a entrar en un sitio de estos para hablar de lo mío.
Todo empezó en el verano de 2007. Me faltaban tres meses para cumplir 22 años, y nunca antes había tenido ningún problema digestivo grave. Aquel verano se juntaron muchas cosas. Por un lado, los estudios me iban fatal... más que nada porque no estudiaba, no le voy a echar la culpa a la carrera. Por otro lado, mi abuela (con la que tenía un trato muy, muy cercano) se puso muy enferma, muy rápido. Tuve el tiempo justo para volver a Galicia y despedirme de ella. Bueno... al menos darle la mano; ya no podía hablar.
Lo siento por esta dosis lacrimógena, pero era necesaria para poneros en contexto. No se puede hablar de un caso clínico sin un poco de drama, ¿no?
Sobra decir que la muerte de mi abuela me entristeció muchísimo. Fue la primera muerte de un ser querido que viví de cerca (y menos mal; conozco casos mucho peores y menos "naturales" que ver morir a tu abuela), y por aquel entonces supuse que todos los males digestivos que se me vinieron encima eran una cosa normal. "Serán los nervios", me decía la gente. Y yo pensaba "pues serán los nervios".
Pero fueron pasando los meses... y aquellos síntomas no mejoraban. Con lo cual, mi mente hipocondríaca llegó a la conclusión clara e irrefutable de que me estaba muriendo de algo y nadie me lo quería decir. Lógica aplastante, ¿verdad? Los médicos me decían todo tipo de cosas: "Nah, debe ser algo de la flora, tómate un yogur de esos con bichos". "Ah, tómate esto para los gases". "Eso debe ser que eres muy nervioso". Y yo pensaba... "no soy TAN NERVIOSO".
Entonces empezaron los problemas clásicos de las diarreas incontrolables. Poco a poco noté que empezaba a dejar de hacer cosas por si me daba un mal. Dejé de viajar en metro (sobre todo me agobiaba viajar acompañado de gente, porque temía tener que largarme en cualquier momento sin dar explicaciones), empecé a dejar de hacer planes con mis amigos, me sentía muy inseguro con las chicas... y sobre todo intentaba evitar cualquier situación en la que no tuviese acceso inmediato a un cuarto de baño. Y eso no es vida.
Durante esos primeros años descubrí que eliminando la lactosa de mi dieta, mejoraba bastante (era bastante evidente, ya que no podía comerme una pizza sin pasar la noche sentado en el water). Así que decidí que era intolerante a la lactosa. ¿Qué otra cosa podía ser? Prefería no pensarlo, porque cada vez que entraba a buscar síntomas en la Wikipedia, acababa autodiagnosticándome seis tipos de cáncer distintos.
Tras cuatro años sufriendo "en silencio", encontré finalmente a la primera médica que se tomó en serio mi caso. Me atendió en Galicia, de donde yo soy, y me hizo todo tipo de pruebas que me dejaron mucho más tranquilo. Aún recuerdo lo graciosa que fue nuestra conversación en la primera consulta.
—Doctora... ¿seguro que no tengo un cáncer o algo? —le pregunté, tragando saliva.
—Si tuvieras cáncer ya te hubieses muerto hace tiempo —contestó ella, sin pestañear.
Esa doctora decía las cosas tal y como eran. ¡Y eso me gustaba! Así que me entregué a ella en cuerpo y alma (bueno, sobre todo en cuerpo, porque me hizo mi primera colonoscopia y ese es un momento muy especial entre dos personas). Tras muchas pruebas pude descartar mis mayores miedos: no tenía cáncer, no era celíaco, no tenía Crohn, no estaba embarazado de un alien... Pero la realidad tampoco me gustaba mucho: "Sabemos lo que NO tienes, pero NO sabemos lo que tienes". ¿Eso tranquiliza a alguien? Curiosamente, a mí me tranquilizó bastante.
—Tus síntomas se corresponden a lo que suele llamarse Síndrome de Instestino Irritable —me dijo la doctora.
—Ah... vale —dije yo, haciendo como que sabía de qué me estaba hablando.
—Lo malo es que muchas veces es un saco donde se meten los casos como el tuyo, que no se pueden identificar —confesó ella.
—Ah, entiendo —mentí yo.
—El SII es crónico... —empezó a decir ella.
Pero yo ya no escuché nada más. En cuanto dijo "crónico", mi cerebro identificó la palabra como un sinónimo de "terminal" y me puse pálido. Ella debió de captar mi momento de pánico, porque rápidamente me explicó que era algo molesto pero no me iba a morir de eso. En aquellos tiempos, eso era todo lo que necesitaba saber para quedarme tranquilo.
Pero aquí viene la parte absurda de mi historia. Aquel diagnóstico "por descarte" ocurrió hace cinco años. Y he tardado todo ese tiempo en aceptarlo. Como todo era tan "vago" y tan "aleatorio", opté por aferrarme a mi autodiagnóstico de Intolerante a la Lactosa. Tampoco ayuda que para mí lo de "intestino irritable" parecía mucho más engorroso de explicar y sentía que me iban a juzgar más. La intolerancia a la lactosa sonaba más cool.
Claro que evitar la lactosa me ayudaba, pero yo seguía estando mal. No quería aceptarlo, pero estaba claro que lo mío era algo más complejo. Pasé varias temporadas comiendo todo tipo de basura (no literalmente, no os asustéis) porque pensaba "este puede ser mi último bocata", "esta puede ser mi última hamburguesa". Vamos, un desastre que nunca se acababa.
Pero se acabó. Llevo ya una temporada aceptando que tengo SII y estoy tomándome en serio mi dieta. Intento llevar una vida más organizada y que el síndrome no me impida hacer las cosas que más me gustan. Me está costando mucho, no os voy a engañar. La parte que todavía no tengo superada del todo es la de tener que explicarle a la gente qué me pasa. Me resulta muy latoso, sobre todo saliendo de fiesta o de cena con los amigos.
—¿Cómo que ahora no bebes, Gonzalo? Anda, no me cuentes historias. Tómate un chupito. Esto no te puede sentar mal.
—Me tomo un chupito de Bezoya, gracias.
—¿Pero de todo esto qué es lo que no puedes comer?
—Casi acabo antes diciéndote lo que puedo comer...
—¡Vamos al Telepizza! Ah, no... espera, que Gonzalo no puede.
—No importa, yo ya he cenado antes de venir.
—Pero no vas quedarte mirando cómo comemos, ¡dinos a dónde puedes ir!
—¿A mi casa?
Bueno, ya os hacéis una idea.
Aunque no os lo creáis, esta ha sido una versión muy resumida de mi historia. He omitido muchas anécdotas (algunas más graciosas que otras), que ya iré compartiendo con vosotros en otros momentos de desahogo. Hubo momentos durante estos 9 años en los que estaba muy desanimado, pero poco a poco he ido aprendiendo a "reirme" de toda esta situación. No nos queda otra, ¿no?
Si esto es para toda la vida, paso de que me la arruine.
¡Gracias por leer mi historia! (Si has llegado hasta aquí, mereces un premio).
Un saludo,
Gonzalo.
Mi nombre es Gonzalo y os voy a contar mi historia. Aviso: va a ser bastante larga, así que no os veáis obligados a leerla entera (podéis parar para ir al baño en cualquier momento). He de confesar que estoy aprovechando esta ocasión para desahogarme, ya que no es un tema que suela sacar en las sobremesas familiares...
Mi madre siempre me dice "¿por qué no entras en los foros de Internet, que debe haber cientos, a buscar a otras personas como tú?". Sí, mi madre es muy moderna... y como todas las madres, siempre tiene razón. Así que, años más tarde, por fin me he animado a entrar en un sitio de estos para hablar de lo mío.
Todo empezó en el verano de 2007. Me faltaban tres meses para cumplir 22 años, y nunca antes había tenido ningún problema digestivo grave. Aquel verano se juntaron muchas cosas. Por un lado, los estudios me iban fatal... más que nada porque no estudiaba, no le voy a echar la culpa a la carrera. Por otro lado, mi abuela (con la que tenía un trato muy, muy cercano) se puso muy enferma, muy rápido. Tuve el tiempo justo para volver a Galicia y despedirme de ella. Bueno... al menos darle la mano; ya no podía hablar.
Lo siento por esta dosis lacrimógena, pero era necesaria para poneros en contexto. No se puede hablar de un caso clínico sin un poco de drama, ¿no?
Sobra decir que la muerte de mi abuela me entristeció muchísimo. Fue la primera muerte de un ser querido que viví de cerca (y menos mal; conozco casos mucho peores y menos "naturales" que ver morir a tu abuela), y por aquel entonces supuse que todos los males digestivos que se me vinieron encima eran una cosa normal. "Serán los nervios", me decía la gente. Y yo pensaba "pues serán los nervios".
Pero fueron pasando los meses... y aquellos síntomas no mejoraban. Con lo cual, mi mente hipocondríaca llegó a la conclusión clara e irrefutable de que me estaba muriendo de algo y nadie me lo quería decir. Lógica aplastante, ¿verdad? Los médicos me decían todo tipo de cosas: "Nah, debe ser algo de la flora, tómate un yogur de esos con bichos". "Ah, tómate esto para los gases". "Eso debe ser que eres muy nervioso". Y yo pensaba... "no soy TAN NERVIOSO".
Entonces empezaron los problemas clásicos de las diarreas incontrolables. Poco a poco noté que empezaba a dejar de hacer cosas por si me daba un mal. Dejé de viajar en metro (sobre todo me agobiaba viajar acompañado de gente, porque temía tener que largarme en cualquier momento sin dar explicaciones), empecé a dejar de hacer planes con mis amigos, me sentía muy inseguro con las chicas... y sobre todo intentaba evitar cualquier situación en la que no tuviese acceso inmediato a un cuarto de baño. Y eso no es vida.
Durante esos primeros años descubrí que eliminando la lactosa de mi dieta, mejoraba bastante (era bastante evidente, ya que no podía comerme una pizza sin pasar la noche sentado en el water). Así que decidí que era intolerante a la lactosa. ¿Qué otra cosa podía ser? Prefería no pensarlo, porque cada vez que entraba a buscar síntomas en la Wikipedia, acababa autodiagnosticándome seis tipos de cáncer distintos.
Tras cuatro años sufriendo "en silencio", encontré finalmente a la primera médica que se tomó en serio mi caso. Me atendió en Galicia, de donde yo soy, y me hizo todo tipo de pruebas que me dejaron mucho más tranquilo. Aún recuerdo lo graciosa que fue nuestra conversación en la primera consulta.
—Doctora... ¿seguro que no tengo un cáncer o algo? —le pregunté, tragando saliva.
—Si tuvieras cáncer ya te hubieses muerto hace tiempo —contestó ella, sin pestañear.
Esa doctora decía las cosas tal y como eran. ¡Y eso me gustaba! Así que me entregué a ella en cuerpo y alma (bueno, sobre todo en cuerpo, porque me hizo mi primera colonoscopia y ese es un momento muy especial entre dos personas). Tras muchas pruebas pude descartar mis mayores miedos: no tenía cáncer, no era celíaco, no tenía Crohn, no estaba embarazado de un alien... Pero la realidad tampoco me gustaba mucho: "Sabemos lo que NO tienes, pero NO sabemos lo que tienes". ¿Eso tranquiliza a alguien? Curiosamente, a mí me tranquilizó bastante.
—Tus síntomas se corresponden a lo que suele llamarse Síndrome de Instestino Irritable —me dijo la doctora.
—Ah... vale —dije yo, haciendo como que sabía de qué me estaba hablando.
—Lo malo es que muchas veces es un saco donde se meten los casos como el tuyo, que no se pueden identificar —confesó ella.
—Ah, entiendo —mentí yo.
—El SII es crónico... —empezó a decir ella.
Pero yo ya no escuché nada más. En cuanto dijo "crónico", mi cerebro identificó la palabra como un sinónimo de "terminal" y me puse pálido. Ella debió de captar mi momento de pánico, porque rápidamente me explicó que era algo molesto pero no me iba a morir de eso. En aquellos tiempos, eso era todo lo que necesitaba saber para quedarme tranquilo.
Pero aquí viene la parte absurda de mi historia. Aquel diagnóstico "por descarte" ocurrió hace cinco años. Y he tardado todo ese tiempo en aceptarlo. Como todo era tan "vago" y tan "aleatorio", opté por aferrarme a mi autodiagnóstico de Intolerante a la Lactosa. Tampoco ayuda que para mí lo de "intestino irritable" parecía mucho más engorroso de explicar y sentía que me iban a juzgar más. La intolerancia a la lactosa sonaba más cool.
Claro que evitar la lactosa me ayudaba, pero yo seguía estando mal. No quería aceptarlo, pero estaba claro que lo mío era algo más complejo. Pasé varias temporadas comiendo todo tipo de basura (no literalmente, no os asustéis) porque pensaba "este puede ser mi último bocata", "esta puede ser mi última hamburguesa". Vamos, un desastre que nunca se acababa.
Pero se acabó. Llevo ya una temporada aceptando que tengo SII y estoy tomándome en serio mi dieta. Intento llevar una vida más organizada y que el síndrome no me impida hacer las cosas que más me gustan. Me está costando mucho, no os voy a engañar. La parte que todavía no tengo superada del todo es la de tener que explicarle a la gente qué me pasa. Me resulta muy latoso, sobre todo saliendo de fiesta o de cena con los amigos.
—¿Cómo que ahora no bebes, Gonzalo? Anda, no me cuentes historias. Tómate un chupito. Esto no te puede sentar mal.
—Me tomo un chupito de Bezoya, gracias.
—¿Pero de todo esto qué es lo que no puedes comer?
—Casi acabo antes diciéndote lo que puedo comer...
—¡Vamos al Telepizza! Ah, no... espera, que Gonzalo no puede.
—No importa, yo ya he cenado antes de venir.
—Pero no vas quedarte mirando cómo comemos, ¡dinos a dónde puedes ir!
—¿A mi casa?
Bueno, ya os hacéis una idea.
Aunque no os lo creáis, esta ha sido una versión muy resumida de mi historia. He omitido muchas anécdotas (algunas más graciosas que otras), que ya iré compartiendo con vosotros en otros momentos de desahogo. Hubo momentos durante estos 9 años en los que estaba muy desanimado, pero poco a poco he ido aprendiendo a "reirme" de toda esta situación. No nos queda otra, ¿no?
Si esto es para toda la vida, paso de que me la arruine.
¡Gracias por leer mi historia! (Si has llegado hasta aquí, mereces un premio).
Un saludo,
Gonzalo.